Los duendes son pequeñas criaturas que suelen vivir dentro de las casas habitadas dedicándose a un sinfín de menesteres, entre los que se cuentan las travesuras. A veces también se los encuentra en edificios abandonados, en torres y campanarios desiertos, o en cuevas y castillos en ruinas.
La palabra duende es una abreviación de "duen de casa", que es, en verdad, toda una definición de cuál es el lugar que estos geniecillos ocupan en relación con la vida de los humanos. Porque esa "casa" de la cual es dueño el duende, no es la casa construida en algún lugar mágico, sino las moradas reales de la gente que vive en el campo, en los pueblos y aun en las ciudades.
Los duendes domésticos son serviciales y, cuando los humanos duermen, se dedican a adelantar las tareas que éstos han dejado empezadas, a dar brillo a los metales, a lustrar los muebles. También cuidan del jardín y de los animales de la casa y del corral, con quienes acostumbran hacer amistades. Cuando recuperamos el tejido o la costura y vemos que está mas adelantado de lo que creíamos, cuando los niños encuentran terminados los deberes, o cuando la casa amanece reluciente, no hay que dudarlo, son ellos.
Les gusta sacar las sonoridades que se esconden en los objetos. Así es como, por la noche, en el respirar silencioso de la casa, de pronto se oyen crujidos, chasquidos, silbos, tintineos, claveteos rítmicos. Tal vez sea la madera que se agrieta cuando está muy seca, o el viento que se cuela por algún requicio, o la lluvia... Sin embargo, preferimos pensar que los duendes que trabajan y se divierten yendo y viniendo a sus anchas por toda la casa. Sí, son ellos.
Nada es perfecto, y los duendes que conviven en la casa también son felices haciendo tratadas y enredándolo todo. Enmarañar los hilos y la lana, esconder las tijeras, desparramar los botones, derramar la leche, abrir y cerrar ventanas. Y cuando algo se pierde, no es que se pierda, es que ellos...
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