La edad de las hadas es cosa que escapa a los calendarios, a los años, a las décadas, a los siglos. En todo caso, podría contarse por milenios, por millonésimas de segundos o por medidas imposibles de imaginar, ya que el tiempo de las hadas, en relación con la experiencia humana, pertenece a otras dimensiones.
Cuando algún mortal, cautivado por estas criaturas mágicas, es invitado a visitar su reino, descubre que después de haber pasado media hora con ellas, al regresar al mundo real han transcurrido cientos de años.
La imagen más difundida de las hadas es la de criaturas eternamente jóvenes y bellas. La vejez se guarda para otras especies del mundo élfico: enanos con ancianas barbas, duendes añosos, y gnomos abuelos. Tambien hay hadas viejas, pero éstas en general se identifican con las brujas , aunque no siempre lo son. Pero no debemos engañarnos , porque la juventud o la ancianidad de las hadas no es cuestión de edad, sino de apariencia, ya que la mayoría tiene la facultad de transformarse adoptando la figura de cualquier especie animal, vegetal o humana.
Hay quienes aseguran que el tiempo de las hadas, como el de los dioses, está llegando a su fín, porque la naturaleza no deja de ser continuamente agredida y devastada por los impulsos destructivos de los humanos y por el avance descontrolado de las fuerzas tecnológicas que desequilibran la armonía de los elementos. Ni las doncellas del agua pueden vivir en rios corrompidos, ni lo gnomos habitar bosques talados, ni los duendes soportar la invasión de ruidos estridentes, ni las silfides respirar aires impuros. Así es como muchos de estos seres han desaparecido al morir los árboles en los que tenían su morada, o se han hundido en las profundidades de la tierra ante la irrupción de productos químicos que enrarecen el espacio, y sumidos en un largo sueño, esperan otros tiempos, en que las condiciones sean propicias para regresar.
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