sábado, 25 de junio de 2011

Las Estaciones y Las Hadas


Los equionoccios de otoño y de primavera, y los solsticios de invierno y de verano son, desde los tiempos más remotos, momentos mágicos. Algo inexplicable sucede, y la naturaleza se colma de sugerencias y signos diferentes.
Cada estación llega con su séquito de seres mágicos, con sus ritos y celebraciones, y se instala en medio de la naturaleza, para permanecer allí mientras dure  su reinado, acabado el cual, deja paso a la siguente estación, que ya se ha venido preparando cuando aquélla declinaba.

Las Hadas Del Otoño
Con su ropaje de niebla y de hojas doradas, recogen de las hierba aún verde las gotas de rocío y las ensartan para hacer collares y diademas con las que adornarán en las feistas de la vendimia. La fronda se enciende con el ocre de los fresnos y los avellanos, con el rojo violeta de las encinas y el rojo carmesí de las enredaderas, con el dorado de los castaños y los sauces y las hadas soplan para las hojas, apenas asidas de los árboles, caigan y formen alfombras suaves y mullidas sobre las que jugarán para el invierno.
Son las hadas quienes endulzan los frutos y colaboran en las cosechas, facilitando el trabajo a los humanos. Ellas son quienes mueven el aire haciéndolo propicio para las bandadas que emprenden el vuelo hacia países lejanos. Ellas quienes recogen las semillas de los frutos caídos y las envían como mensajes de vida para que germinen en otros reinos. Ellas quienes rigen las ceremonias nupciales de los ciervos y disimulan el brillante pelaje de las ardillas entre las ramas de los árboles.


Las Hadas Del Invierno.
Suelen identificarse, por el frío de la atmósfera, la blancura de la nieve o de la escarcha y la oscuridad de la tierra seca, con la figura de viejas hechiceras. Aunque es opinión generalizada que éstas obran con poderes maléficos y destructivos, existe también la creencia en hadas que protegen a la naturaleza del frío, del viento y de las nevadas y para quienes la quietud invernal no es signo de muerte, sino sueño de vida latente, necesaria etapa de descanso para germinar y florecer cuando llegue la primavera.
El hada del invierno se dedica a vagar por las colinas con su rebaño de ciervos. Pero también se cuida de las cabras montesas, los jabalíes, y los lobos, y como el hombre marrón de Muirs, protege a los animales salvajes.
Se habla de la existencia de un hada del invierno, Cailleach Bheur, que recibe distintos nombres en cada región. Es alta, flaca y tiene la cara azul. Se viste con ropajes apergaminados y protege sus largos cabellos grises con un sombrero de hojas secas. En una lejana antigüedad fue la diosa del frio. Aparece en Halloween y dicen que va tocando los árboles con una varita de abedul, y la shojas pierden su color verde, amarillecen y se caen.
El apogeo de éstas hadas sucede en esos días comprendidos entre el comienzo de la estación marcada por el solsticio de invierno y los primeros días de enero, tiempo del muérdago y del acebo, cuando todos celebran la paz y la armonía, más deseadas que conseguidas... Después, inician sus actividades hasta que se anuncian los días luminosos de la primavera. Es entonces cuando esconden su varita bajo un fresno y se quedan inmóviles hasta convertirse en piedras. Y así permanecen hasta el final del otoño, en que vuelven a la vida.


Las Hadas De La Primavera.
Surgen con el sol, con la pujanza de la naturaleza renaciente, henchidas de luz y de vida. El equinoccio primaveral inclina la alternativa de las noches y los días en favor de éstos, cada vez más largos y luminosos.
Y no bien salen de sus moradas, las hadas se hallan frente a una gran cantidad de tareas que deben cumplir cuanto antes, pues si algo define a la naturaleza en primavera es el impulso y el apresuramiento de su juventud arrolladora. Y ahi estan ellas para actuar y para transmitir serenidad, pero también para encender pasiones y embriagar con aromas y filtros a los enamorados. Las hadas son así, contradictorias, al veces caprichosas, indiferentes y crueles cuando no están a gusto e inmensamente generosas si son complacidas.
Cuando rompen los brotes, las hadas los envuelven con la luz y la humedad que necesitan para ser plantas fuertes y lozanas. Buscan todos los matices del verde para embellecer los árboles del bosque. Llenan los jardines naturales de las flores más exquisitas y derraman los perfumes que destilaron en los alambiques de sus moradas invernales. Se dedican a la música y al baile cuando, en la penumbra del atardecer, descansan de sus tareas. No porque estén fatigadas, sino porque las hadas necesitan, como los niños cambiar de actividades, y dejarse llevar por las incitaciones de su  siempre  deliciosa existencia.


Hadas Del Verano.
En esa noche, el tiempo de los humanos se acerca al de las hadas, porque todo parece detenerse y envolverse de mensajes secretos, de sonidos misteriosos, de fórmulas mágicas, de presencias fantásticas. Y así se inicia la estación de los frutos dulces y de las cosechas. Crecen las hierbas aromáticas, la salvia y el romero, la alhucema y la albahaca. Los trigales dorados parecen un espejo del sol. El mundo se puebla de pequeños animales recién nacidos. Las mariposas rompen su crisálidas y vuelan libres y felices, hablando con las hadas y con las libélulas. Por las noches, las sombras de los bossques se pueblan de luciérnagas, esas estrella pequeñas e inquietas que, aquí y allá, tan pronto se encienden como se apagan. Hay quiens dicen que son los farolillos de las hadas entregadas a sus juegos nocturnos.
La hadas del verano son enteramente felices. El alba las encuentra ocupadas en beber el rocío entre los velos de la neblina, y preparándose para recoger todas las tonalidades de la luz solar que luego emplearán para dar color a las flores.
Durante el día realizan diversas tareas, según se vaya desplazando y cambiando de tamaño el dibujo de las sombras de los árboles o de las montañas, que es el reloj natural indicador de las horas del día. Algunas hadas se dedican, junto con los labradores que trabajan de sol a sol, a las labores campesinas, la siega del heno, los almiares, la cosecha de los cereales y la formacíon de gavillas. Otras permanecen en el bosque recogiendo fruta como ciruelas, fresas, higos, melocotones... o tejiendo tunicas de musgo y diademas de flores.
Cuando al atardecer la naturaleza se viste con la luces y las tonalidades del ocaso, las hasdas beben el zumo de las moras y de los arándanos, se impregnan del aroma de las rosas y de los alhelíes y se adornan con lilas, malvas y violetas, para sus danzas nocturnas en los claros del bosque.


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